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Fri, Apr

Los arrieros del Cajón de Tinguiririca

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Es en esta época del año, que vemos pasar a variados arrieros sobre sus caballos, arriando a sus animales, acompañados por sus alegres y saltones perros, que ayudan a ordenar al grupo. Parece una imagen de otra época, que aún por suerte se repite.

Los arrieros han sido de relevancia para la provincia de Colchagua desde el siglo XVII, ya que ellos representaban la única forma de transporte de mercancías o animales en nuestro complejo y accidentado relieve. Utilizado el “Paso Las Damas”, como un lugar de relación entre los dos lados de la Cordillera de los Andes, desde el periodo Colonia. A lo anterior, se sumará a la relevancia del rol de los arrieros durante el periodo de la Independencia para ayudar a  los soldados o patriotas que llevarán información al ejército libertador de los Andes, o a escapar a José Gregorio Argomedo, y al mismo Manuel Rodríguez. Posteriormente en  1972 el rol de los arrieros será fundamental para el rescate de los jóvenes rugbistas uruguayos, los que se encontraban perdidos en la alta montaña.

Hoy en el siglo XXI el  traslado  a la cordillera es en el mes de octubre junto a su familia, quienes les acompañan y ayudan en las múltiples labores.  Por ello, tanto mujeres, hombres, jóvenes o niños se transforman en un equipo que se ayuda y cuida para llegar a la alta montaña.   Durante el día, el ascenso comienza desde las 5 am hasta las 8 am, para luego hacer un receso hasta las 16 horas, donde se avanza hasta que se esconde el sol.   Todo lo anterior, con el objetivo de cuidar a los animales de la radiación del sol, para no deshidratarlos.  Allí en la rocosa cordillera permanecerán los arrieros durante el periodo estival, para luego bajar el ganado alrededor de marzo o abril.

El mayor grupo de arrieros de la provincia de Colchagua son los denominados del “Cajón del Tinguiririca”, son 177 socios, provienen de diversos lugares de la comuna de San Fernando, como Roma y Puente Negros, pero también de otras comunas como Chimbarongo y Chépica.

 La gran mayoría de ellos, el oficio fue aprendido gracias a  su padre o algún familiar directo, desde niño ellos acompañaban  la labor, algunos a los sietes años, u otros desde su nacimiento, quienes recuerda que ya a los ocho años aprendían a cocinar.  En la actualidad ha disminuido la afición de los jóvenes por el oficio, respondiendo que ellos prefieren labores menos sacrificadas.

Levantarse, y observar como prender alguna fogata, con la adversidad de los vientos cordilleranos, observar la naturaleza y prever que se aproxima una tormenta, es parte de su quehacer diario.   En una oportunidad  en mayo,  les llovió los tres días bajando, “nos tapábamos con las frazadas mojadas y solo veíamos agua por todos lados”, en otras ocasiones se han debido guarecer por días.

Dentro de sus tradiciones esta la gastronomía, la que se compone de sabrosos asados, la Chanfaina “se realiza de los interiores (el hígado, el corazón), se cuece lo sancocha, y lo pica, y se acompaña con arroz, fideos, o papas” o calientes cazuelas para las noches heladas de la cordillera, y claro, las infaltables sopaipillas o el pan amasado.  

Al igual que todos observan con preocupación lo que sucede con nuestra naturaleza: “El cambio climático, se denota hace siete años, la falta de agua.   Es más dejo de ser cordillera buena hace diez años, ya no crece el pasto, y ya no hay nieve de un año para otro, ahora no llevamos ni harina tostada a la cordillera, porque no hay nieve”

A pesar de las complejidades del oficio, y de un mundo más tecnologizado, los arrieros aún resisten, aportando con su cultura  a nuestro territorio.

Por Víctor León Donoso